Durante la trata esclavista, el Caribe se nutrió de creencias de los diferentes grupos étnicos que llegaron a estas tierras. Las influencias, en muchos casos, se hicieron recíprocas entre las diferentes etnias, de manera que a veces se torna difícil distinguir entre una y otra manifestación religiosa.
El complejo de asociaciones Abakuá o Ñáñigas son sociedades secretas consideradas como hermandades para la ayuda mutua, de las cuales sobreviven más de un centenar en las ciudades-puerto de La Habana, Matanzas y Cárdenas en Cuba y que hoy son únicas en el continente americano.
Las asociaciones abakuá tienen sus antecedentes en las sociedades secretas que existieron en la región nigeriana del Calabar y en los Cabildos de Nación. Las funciones principales de estos últimos, eran ayudar y socorrer a todos aquellos miembros que lo necesitaran; además de perpetuar su cultura a través de las celebraciones de los domingos, donde se realizaban ritos que contribuían a preservar y mantener sus tradiciones.
Se supone que, en Cuba, la primera asociación fue constituida a principios del siglo XIX con los mismos fines que los de los Cabildos de Nación. Así, en el año 1836, el cabildo de negros carabalí Apapá Efik inicia sus cultos secretos con un grupo de negros nacidos en la isla o criollos. Estas agrupaciones, exclusivas de hombres, surgieron con un carácter mutualista que contribuyó a que las potencias de ñáñigos se incrementaran rápidamente. Ya en 1840, en la capital del país existían más de sesenta. El 24 de diciembre de 1862, el cabildo carabalí Bríkamo "Niño Jesús" de Matanzas, inicia a un grupo de negros criollos en el abakuá, los que toman el nombre de Blabanga.
En 1863, el habanero Andrés Facundo de los Dolores Petit, consiguió que su potencia Bakokó Efor permitiera la entrada de blancos. Se convertía de esta manera el ñañiguísmo, en la primera asociación en la Isla que aunó hombres y no razas. Tanto en La Habana como en Matanzas, sus propósitos trascendieron a tal punto que se formaron sólidas hermandades que congregaron a trabajadores de los puertos, las tabaquerías y otros sectores laborales.
Desde mediados del siglo XIX, estas sociedades fueron prohibidas por las autoridades españolas. Sus ceremonias fueron siempre realizadas secretamente. El ritual abakuá incluye celebraciones -llamadas en Cuba Plantes- de dos tipos: privadas, en las que sólo pueden participar los iniciados y cuya divulgación es estrictamente prohibida; y otras, a las que concurren, incluso, miembros ajenos a la sociedad donde se canta y se baila por lo que se pueden considerar como un acto de expresión de cultura.
El mito en el que se basan los ritos abakuá de iniciación, tuvo su origen en una leyenda africana que narra la historia del hallazgo del Pez Sagrado por la princesa Sikán, hija del rey Iyamba, de la nación Efó. El Mito de Sikán determinó además, que sólo hombres pudieran ser iniciados en esta religión para lo cual debían ser dignos, fraternos, laboriosos, cumplidores del código ético cultual, al igual que buen padre, buen hijo, buen hermano y buen amigo.
Los principales atributos ñáñigos son, en primer lugar, los tambores del orden ritual, con los cuales se ejecuta solamente las llamadas al orden y que se preservan dentro del templo sagrado llamado famba, al cual sólo tiene acceso la alta jerarquía abakuá. El más importante es el ekue o tambor de fundamento y secreto, que se toca por fricción y que reproduce la sagrada voz de Abasí Tanze. Además, están los bastones o atributos de los jefes principales. Por su parte, la música ñáñiga se ejecuta con otro grupo de tambores, los cuales de mayor a menor reciben los nombres de bonkó-enchemiyé, obí-apá, cuchíyeremá, y benkomo. Completan la orquesta los itones o palos, el cencerro o ekón, y las erikundis o sonajas.
El ñañiguismo no puede desligarse de las creencias africanas entorno a la influencia que ejercen los antepasados. En todas sus ceremonias religiosas se les convoca para garantizar el desarrollo de los ritos, según rigurosas normas litúrgicas, las cuales están dirigidas a la veneración del ekue que engloba la esencia del culto de la Sociedad Secreta Abakuá.
Por otra parte, cobra una significación muy especial en los plantes los iremes o diablitos, danzantes enmascarados que hoy constituyen símbolos en el folklor cubano. Son considerados como un elemento simbólico dentro del ritual que representa a la naturaleza. El diablito abakuá es una figura antropomorfa con la cabeza cubierta de un capuchón terminado en punta, el cual solo tiene un par de ojos bordados. Usan una vestimenta de colores vistosos y abigarrados dibujos. En el cuello, rodillas, bocamangas y bocapies, sendos festones de soga deshilachada. Colgados de la cintura, varios cencerros de metal que suenan al andar y bailar. En las manos llevan un trozo de caña de azúcar y una rama de 'escoba amarga'.
Los diablitos se desempeñan en funciones privadas y funciones públicas, rituales y de pura de diversión. Todos representan siempre el espíritu de algún antepasado. Ven y oyen, pero no hablan, expresan sus sentimientos y estados de ánimo a través de la gestualidad de sus coreografías. Durante los ritos los iremes permanecen dentro del recinto donde ofician las ceremonias secretas.
Las actividades de culto se realizan todas en templos, los que se encuentran entre las provincias de La Habana y Matanzas. En todos los ritos se utilizan trazos o grafías llamados Ekeniyo, que constituyen un sistema ideográfico de señales para inmovilizar y fijar las representaciones de hechos globales. Tales símbolos se trazan con yeso amarillo o blanco y comprenden tres categorías: los Gandos, las Firmas o Anaforuanas y los Sellos: los Gandos representan situaciones complejas del ceremonial, se trazan en el suelo y sobre ellos se colocan diferentes objetos del culto y se sitúan los dirigentes religiosos -Plazas-; las firmas o anaforuanas representan a cada una de las jerarquías que integran la estructura de los abakuá y cumplen una función consagratoria cuando se trazan sobre determinados elementos del ritual; por último, los sellos son la representación o identificación de cada juego o potencia Abakuá, de los que existen una centena, aproximadamente, en toda Cuba.
Dentro del ñañiguismo se reconocen varias jerarquías. Por ejemplo, el Ndisime es un hombre que aspira a pertenecer a una potencia, mientras el Abanekwe es uno ya iniciado. En tanto, los que llevan muchos años encargándose de preservar y hacer cumplir las normas y principios rituales y sociales, reciben el nombre de Plaza. Títulos de esta última categoría son Iyamba, Mokongo, Ekuenon, Isue, Nkrikamo, Nasako entre otros.
Por su parte, los abakuá aunque no adoran a las deidades, como en el caso de la Regla Osha, sí tienen santos que apadrinan los diferentes juegos o potencias. Así, está por ejemplo, Abasí, quien es el Dios supremo; Llarina Allerican, quien tiene correspondencia con Shangó; Llarina Oro Conde, la que sincretiza con Yemayá; Llarina Ibandá, la que tiene correspondencia con Oshún; Itia Arará a quien se equipara con Babalú Ayé, entre otros.
La Sociedad Secreta Abakuá posee indudablemente gran significación en el contexto religioso cubano: ha preservado y transmitido, de generación en generación, por más de un siglo, los más auténticos valores de los ancestros africanos de la región nigeriana del Calabar, aún cuando, en la mayor parte de su existencia, ha sido perseguida y condenada por las autoridades. Hoy continúa siendo símbolo de hermandad y fraternidad entre sus adeptos, quienes, orgullosos de su herencia, rinden culto a sus antepasados.
Mito de Sikán
Nasakó era un brujo muy prestigioso. Supo a través de sus poderes que Abasí, el Dios Todopoderoso, enviaría un gran poder sobrenatural que proporcionaría la paz a los hombres de Efó y Efik, quienes se disputaban las posesiones territoriales. Estos dos territorios estaban divididos por un río en el que se escuchaban los bramidos sobrenaturales que emitía el ser enviado por Abasí. Los hombres de una y otra región hacían rogaciones constantemente en las orillas del río, pues quien lograra poseer el Ser enviado, lograría dominar la situación en la región.
Una mañana Sikán, hija del rey Iyamba de la nación Efó, fue a buscar agua al río para los quehaceres de la casa. Cuando caminaba de regreso a su casa con el güiro lleno de agua en la cabeza, escuchó un fuerte sonido que la asustó. Enseguida, dejó el recipiente y salió corriendo hacia la aldea.
Al llegar a su casa se lo contó a su padre quien enseguida comprendió que el bramido era del Ser enviado por Nasako. Rápidamente fue el padre en busca del recipiente donde encontró un pez que se movía. Iyamba recogió el güiro y el pez y se presentó ante Nasako quien comprobó que efectivamente era el Ser augurado por Abasí.
Nasako le recomendó a Iyamba en presencia de su hija que guardaran el más absoluto secreto, pues el hallazgo lo mismo podía traer paz que guerra. Así, los tres juraron no divulgar el descubrimiento del pez.
Sin embargo, Sikán no guardó el secreto; se lo dijo a su novio, el príncipe Mokongo, hijo del rey Chabiaka del territorio Efik, a pesar de que estaba en disputa con su propio territorio y, específicamente, con su familia.
Mokongo, conocedor del secreto, se presentó en Efó con todos sus guerreros para reclamar su posesión. Nasakó entonces dijo que todo aquel que amara al pez enviado sería grande y que había que venerarlo para el bien de todos.
Poco tiempo después, siguiendo las indicaciones de Nasakó, los pueblos Efó y Efik firmaron la paz sobre la piel de un leopardo en una ceremonia solemne celebrada a orillas del río que dividía a los dos territorios.
No obstante, Sikán fue hecha prisionera y condenada a que le cortaran la cabeza por no haber guardado el secreto del pez Tanze.